Escrito por: Natalia Tobón |
Mirabas a través de la venta como
caía cada gota, jugabas a contarlas 1, 2, 3, 4, 12, 14, 8…la abrías y asomabas
la cabeza para sacar la lengua cerrando los ojos y esperar el choque de una
gota contra tu lengua y sentir como se estallaba hacia afuera. Luego sin poder
resistir más el llamado de la lluvia salías corriendo a pedir permiso para
salir a saltar en los charcos de pantano y al escuchar el no de tu madre te volvías
a la venta refunfuñando, amurrado cruzabas los brazos apoyándolos en el marco y
posabas tu cabeza como derrotado. Pero de pronto pasaba un poco la lluvia y las
ventanas empañadas se te ofrecían como hojas de papel para garabatear con los
dedos. Sobre las ventanas dibujadas se empezaba a reflejar el arcoíris a lo
lejos y tu madre te decía que te pusieras el impermeable y las botas para ir
por pan, no terminaba de decirlo y tú ya estabas en la puerta con tu sombrilla
de puntitos empuñada y abierta, lista para salir y saltar sin parar.
Quizá nunca debimos quitarnos las
botas de agua y ahora podríamos estar saltando, sintiendo la lluvia estallar en
la cara que mira al cielo pero con los ojos cerrados y el corazón ansioso advierte una a una cada
gota por caer para luego deslizarse por
el cuerpo que se va cargando de peso hasta ya no dar más.
O quizá todavía no eres demasiado
grande, ni demasiado viejo, ni demasiado
aburrido y puedas salir ahora a disfrutar de esta lluvia que nos baña
hoy en Santiago.
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